Alejandro se presentó 20 minutos después de haberse sentado al lado mío, en la butaca número dos del bus. Esa que está inmediatamente a la izquierda luego de cruzar la puerta que separa la cabina del conductor del cuerpo del vehículo. Yo permanecía leyendo un libro que quería terminar, y rezaba por que no me molestaran.
Ya había visto a Alejandro pero no sabía que se llamaba así. Lo había visto por lo menos por cuatro horas seguidas, mientras viajábamos a Ovalle. Hacía mucho tiempo que no viajaba y elegí el asiento número uno. Sabía que casi nadie compra el número uno ni el dos... por lo menos, no si hay posibilidad de sentarse en los otros 34.
-Hola, me llamo Alejandro, pero me dicen Ale. Dime así- me dijo y así le dije.
-Oie Ale, ¿hace cuánto que trabajas cortando boletos en los buses?
-Dos meses
-¿Y te gusta?
-Sí, bastante. Me interesa lograr estar un año, ahí puedo postular a ser chofer, que igual ganan harto.
-¿Cuánto?
-Arriba de un millón.
-Pero es sacrificado- le comento.
-Sí, pero no tengo otra opción. Me fui de la casa antes de salir de cuarto medio.
Y su cuarto medio fue hace ya algunos años. Aunque no me dice su edad, se adivinan 25 años, por lo menos. Su piel morena, acento y el que sea del interior de Temuco me hacen sospechar que es mapuche. No le pregunto. No quiero entrar en discusiones étnicas ahora.
-¿Y tu familia?
-Está en el sur. A veces los voy a ver, cuando tengo tiempo. Pero tengo poco, porque acá son nueve días de trabajo y tres de descanso. Y esos tres comienzan una vez que llego al terminal, por lo que sólo tengo dos días en realidad y no siempre alcanzo a viajar desde Santiago a Temuco.
Vamos pasando cerca de la costa. Hay unos molinos gigantes, blancos, para recolectar energía eólica. Las aspas y la estructura son gigantes. Me sorprendo. Ahora que tengo internet a mano, descubro que pertenecen al complejo eólico "Canela 2", uno de los tres que actualmente funcionan en Chile, junto a "Alto Baguales" en la región de Aysén y "Canela 1" en la del Biobío.
Alejandro se ha parado del asiento unas cuatro veces, cuando sube algún pasajero desde la carretera. Cuando se sienta, por última vez, le pregunto cuánto queda para llegar a Ovalle.
-Unos diez minutos-, me dice.
-¿Después de esto dónde viajas?
-A Arica. Nos vamos a Arica. No lo conozco, dicen que hace mucho calor. Igual eso es algo bueno de este trabajo. Antes de entrar, sólo conocía Temuco y Santiago. Ahora conozco desde la Cuarta Región a la Décima.
-Pero igual estar un día en un lugar no te da tiempo para conocer realmente-, le digo.
-Sí, pero por lo menos es algo que no podría haber hecho si no comenzaba a trabajar- me dice, y veo su mirada pegada en las primeras casas de Ovalle. Prefiero no decirle nada más.
Se levanta nuevamente y entra a la cabina. Cuando lo veo nuevamente, está entregando los equipajes. Yo saludo a mi amiga y le digo que me espere para ir a buscar mi bolso.
Le paso mi ticket a Alejandro y le señalo cuál es el mío. Cuando me lo entrega le estiro la mano, pensando que debo agradecerle la confianza de contarme su vida.
-Mucho gusto Ale. Gracias por todo. Ojalá te vaya bien en el futuro-, le digo.
-A ti también-, responde un poco indiferente y sigue entregando equipajes.
Quizá para él no fue un problema hablarme de su vida. Quizá, lo hace en cada viaje con gente diferente. Quizá, ya se acostumbró a hablar con gente desconocida, pienso finalmente y sigo a mi amiga un poco confundido, recordando que no me leí el libro.