domingo, 7 de noviembre de 2010

¿Y si quiero decir no?

Tengo el pequeño agrado de decir no. Y, cuando lo digo y veo las consecuencias, a veces quisiera retractarme y decir sí como todo el mundo. Porque si sigo con el no, uno se convierte en extraño, raro, la mufa de los que hacen buenos chistes con los demas. Porque, hay que decirlo, son buenos.

El no tiene un poder único, irrebatible, casi mutilante: te corta todo lo demás. "¿Qué te parece que vayamos a tal parte?" "No", contesta quien responde y hasta ahí no más dejó la discusión. "¿Porqué no?", intenta vehemente quien pregunta. "Porqué no". Y ahí está, doble punto y final. Nada más que hablar.

Decir no cuando todos quieren decir sí es un pecado. Porque te demuestra en contra de la tendencia general. De quienes son, en términos democráticos, los que tienen el poder: la mayoría. Y por eso quizá es tan tentador decir que no (pensarlo es otra cosa). Decirlo y enarbolarlo como tu bandera es quizá una sentencia autoimpuesta. Estás con ellos o estás contigo. Si estás con ellos, estás bien, porque no te apartas. Si estás contigo, estás solo. Solo contigo.

"No" es equivalente a decir "soy diferente". Y ser diferente te iguala a ser un peligro para ti mísmo, para los demás y para quienes quieren que todos digamos sí. Para seguir el órden, para no tener miedo, para no contradecirlos. Para que no existan los no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario